¿Otra vez explotaste?
Si eres mamá, sabrás que hay momentos en los que la paciencia brilla por sus luces. La paciencia se agota. Y esto no tiene por qué convertirnos en la bruja mala del cuento.
Si vamos a la raíz y revisamos lo que está detrás de nuestras emociones difíciles podremos aprender de nosotras mismas y evitar conductas que afecten la crianza de nuestros hijos.
La impaciencia es una emoción, que se manifiesta en nuestras conductas y actitudes.
Pero, ¿por qué somos impacientes con nuestros hijos si los amamos tanto?
Dos cosas que recordar
Primero, recordemos que somos las mismas personas a donde vayamos y con quien estemos, aunque ni cuenta nos demos. Es decir, las actitudes que tenemos en una relación, suelen aparecer en todas nuestras relaciones.
La crianza implica la relación con nuestros hijos y en esta relación se ponen de manifiesto algunos rasgos de nuestra personalidad que no nos gustan y de los que nos volvemos conscientes cuando vemos el impacto que pueden tener en nuestros hijos.
Ahora, cuando la paciencia se agota, esto suele afectar los distintos aspectos de su vida, consigo misma, con los demás y con lo demás. Una persona impaciente tiende a querer todo rápido, a su manera y le cuesta esperar. ¿Te suena? La paciencia se agota frecuentemente.
Segundo, además de un tema de personalidad, vivimos en una realidad actual que invita a ir a alta velocidad. La tecnología facilita que todo vaya rápido, con lo que saber esperar y ser pacientes se han vuelto virtudes cada vez más escasas. Tenemos prisa constantemente.
La paciencia se agota y en la crianza más…
Con todo lo que las madres tenemos por hacer, o al menos así creemos, nos presionamos y presionamos a nuestros hijos, pero debemos prestar atención a un “pequeño-gran” detalle que los padres tendemos a olvidar:
Nuestros hijos no tienen nuestro ritmo, ni nuestra prisa. Ellos están desarrollándose y aprendiendo. Ellos simplemente están siendo niños.
La velocidad con la que los niños procesan muchas cosas tiende a ser menor que la nuestra.
Y si además sumamos las actitudes y conductas que manifestamos bajo estrés, como el gritarles o presionarlos, ellos pueden sentirse asustados o inseguros. El resultado es que se ponen de nervios volviéndose aún más lentos o incluso paralizándose.
Por eso necesitamos recordar esta ecuación:
Impaciencia de los padres + procesos lentos de los niños es = bomba que puede explotar fácilmente.
¿Qué hacer cuando la paciencia se agota?
La respuesta es corta, pero compleja:
Tenemos que ser conscientes y trabajar intencionadamente en nuestras emociones y en nuestras expectativas.
Te pondré un ejemplo que espero deje claro el tema de las expectativas.
Cuando tenemos un bebé de meses damos por hecho que no sabe hacer muchas cosas. Esperamos que el bebé sea dependiente de nosotros. Eso, sumado a la ternura que un bebé inspira, nos facilita ser pacientes. O al menos lo intentamos.
Pero cuando ese bebé crece y se convierte en un niño cada vez más autónomo: camina, habla, hace cosas que quiere por sí mismo, nuestras expectativas cambian.
Conforme nuestros hijos crecen, empezamos a esperar que hagan las cosas más rápido. Y de pronto, un día damos por hecho que deben responder a nuestro ritmo y bailar a nuestro son.
Cuando la paciencia se agota reaccionamos con frustración sin darnos cuenta, por eso debemos hacerlo consciente.
Cuando las conductas de tu hijo o hija despierten en ti desesperación o impaciencia, es probable que tus expectativas no se estén cumpliendo y que además no correspondan a la realidad de tu hijo. Tener esto presente nos ayudará a disciplinar con amor.
Otros motivos por los que explotamos
Otro motivo común por el que nos volvemos impacientes es que no seguimos pautas de crianza adecuadas, ni ponemos límites que favorezcan las conductas que esperamos en nuestros hijos.
Por último, hay situaciones en que las conductas de nuestros hijos nos generan emociones difíciles, que tienen que ver con algún asunto no resuelto de nuestra propia historia de vida o alguna herida del pasado que aún no ha sanado.
Un ejemplo de esto sería cuando un hijo ignora a su madre quien vivió abandono y maltrato en su pasado. Esto puede detonar en ella emociones pasadas. Si esas emociones difíciles se acompañan de agresividad, la sugerencia es trabajar esto en un proceso de terapia.
Para recordar antes de explotar…
Así que, la próxima vez que te descubras impaciente, frustrada o explotando, revisa:
- ¿Tus expectativas son irreales en comparación a la capacidad de nuestros hijos?
- ¿Los límites que pones favorecen las conductas que esperas en tus hijos?
- ¿Hay emociones tan fuertes que te llevan a conductas automáticas de agresividad?
Habitualmente la respuesta está en los incisos 1 o 2.
En cualquier caso, es importante que reflexiones e intencionadamente trabajes lo que tengas que trabajar, ya sea tu impaciencia, las pautas de crianza, o si la situación ya te ha rebasado y explotar se te ha vuelto común, tal vez es tiempo de llevar la mirada al interior y trabajar para sanar viejas heridas.
Un tip que te puede ayudar
Sea cual sea el motivo y para empezar a trabajar en ti, algo que funciona par no explotar es hacer una pausa y respirar. ¿Cuántas veces? Las que necesites para bajar el enojo o la frustración. Para un momento y simplemente enfócate en sentir tu respiración y tu cuerpo. Nota como la emoción poco a poco se disuelve. Con mayor calma podrás tomar mejores decisiones.
Finalmente, recordemos que somos humanas y podemos equivocarnos. Seamos compasivas con nosotras mismas. La paciencia se agota, pero el chiste es aprender de ello y crecer para ser mejores personas y madres más conscientes. Lo que hacemos y decimos a nuestros hijos puede quedar en sus corazones toda la vida.
¡Ánimo! ¡Sí se puede!
Deseándote paciencia, claridad y buen ánimo en tu camino,
–Claudia Vega
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