¿Límites yo?
Tanto en mi vida personal, como en el acompañamiento que he dado a muchas personas, hay un tema que se hace presente: la dificultad para establecer límites en nuestras relaciones, la propia y con otras personas. Y de qué va eso de poner límites. Bueno, es sencillo, es definir por dónde queremos llevar nuestra vida y en ese proceso delimitar hasta que punto permitimos que nosotros mismos o los demás interfieran en nuestro camino.
Tal vez leíste lo anterior y pensaste: ¿Cómo? ¿Nosotros mismos interferimos en nuestro camino? Y la respuesta es: sí y muchas veces. Lo que sucede es que es más difícil darnos cuenta cuando somos nosotros quienes nos metemos el pie. Habitualmente una persona que no sabe poner límites a los demás, tampoco se los pone a sí misma y entonces se sabotea, toma decisiones y acciones que la lastiman y se aleja de la vida que quiere vivir.
¿Por qué cuesta trabajo poner límites?
El primer punto es la falta de claridad de nuestros valores y prioridades. Los valores y las prioridades funcionan como la brújula de nuestra vida. Una persona que no tiene claro qué es importante para ella, ni el orden de relevancia de los diferentes aspectos de su vida, puede tomar decisiones inconsistentes y traspasar sus propias intenciones, como una balsa en el mar que es llevada por el oleaje.
Un segundo punto es la falta de autoestima y autoconfianza. Si una persona no se valora a sí misma, ni a sus capacidades, fácilmente puede dejarse llevar por el miedo y tomar decisiones de forma reactiva, sabotearse. Así mismo, le costará trabajo decir no a los demás, por miedo al juicio y rechazo de los otros.
Un tercer aspecto es la proyección. En ocasiones no tenemos clara la diferencia entre ser buenas personas y ser víctimas. Los límites, como su nombre lo dicen, marcan esa línea entre lo que funciona para nuestro bien y lo que es invasivo a nuestro bienestar. No se puede dar amorosamente si en el camino nos faltamos el respeto a nosotros mismos. A veces encubrimos nuestras inseguridades justificando nuestras acciones auto-destructivas en un supuesto afán de ayudar y al final nos victimizamos. El drama enfermizo de la vida.
Cuarto, la falta de esfuerzo. A veces sí sabemos lo que queremos, pero somos perezosos y poco enérgicos para mantener con firmeza las vallas que delimitan el sendero de nuestra vida. Trabajar en nosotros mismos requiere esfuerzo, congruencia y consistencia y no siempre estamos dispuestos.
No podemos dar lo que no tenemos
Recordemos el árbol no da frutos si está seco, el pozo vacío no da agua. La falta de conciencia en nuestras vidas, nos puede llevar fácilmente a secar todo lo valioso que tenemos, empezando por nosotros mismos. No podemos dar a otros lo que no tenemos. Ser conscientes de nuestro propio valor nos ayudará a procurarnos bienestar y a tener la claridad y seguridad para definir que sí y que no va bien con nuestra vida. Esos son los límites y respetarlos es un signo de amor propio.
Si no nos cuidamos conscientemente a nosotros mismos, seremos como el barco sin capitán y sin rumbo, cualquier viento nos moverá. O como un terreno sin cercado, cualquiera entra y hace lo que quiere.
Las relaciones sanas empiezan por nosotros mismos. Quien se ama, se procura bienestar y da amor y cuidado a los demás, quien se respeta, puede respetar a los otros, incluso si es tomando distancia.
Recordemos que de la forma como nos tratemos, dependerá en gran parte el trato que recibamos de otros. Y si eres padre de familia, no olvides que con tu ejemplo enseñas a tus hijos a que ellos pongan límites también.
Finalmente, tengamos presente que amarnos y cuidarnos no es egoísmo. El amor propio es el primer paso para la generosidad.
Posdata: Si el contenido de este post te ha gustado, por favor compártelo con otros: