Una de las cosas que pasa con frecuencia en las conversaciones con los hijos es que de pronto no prestamos atención a lo que nos dicen, ni la forma cómo comunicamos con ellos. Y podemos caer en un error común: invalidar a nuestros hijos.
Invalidar a nuestros hijos significa que contradecimos o minimizamos lo que nos dicen. Es decir, tomamos una postura jerárquica en la que el adulto, solo porque es mayor, sabe más que el niño o adolescente.
Invalidar a nuestros hijos esporádicamente puede no tener repercusión. Pero cuando es algo constante, a la larga puede afectar la relación, la forma como ellos sienten y piensan de nosotros, pero sobre todo, la forma como piensan de sí mismos.
Te pregunto: si tú expresaras algo a otro adulto y él contradijera lo que tú dices, o negase la validez de tus razones, o le restase importancia a lo que piensas, ¿cómo te sentirías? Probablemente, dependiendo de la persona, te enojaría, frustraría o quizá te entristecería, ¿cierto?
Ahora imagínate que ese adulto es tu padre o tu madre, que quizá sin mala intención hace eso contigo, repetidamente. Lamentablemente, invalidar a nuestros hijos puede volverse costumbre.
Pero, ¿por qué los invalidamos?
La realidad es que la mayoría de las veces ni siquiera nos damos cuenta. A veces estamos tan ocupados, que realmente no prestamos la atención necesaria para darnos cuenta de la forma cómo expresamos. Por el otro, es común asumir que como adultos nuestra forma de pensar es «la» correcta.
Debemos recordar que nuestros hijos pueden pensar y sentir de forma distinta a nosotros y no por eso su experiencia es menos válida o valiosa que la nuestra.
Habitualmente, estos errores de comunicación los tenemos muy arraigados e incluso los tenemos también en otras relaciones, no solo con nuestros hijos.
Pensar diferente no justifica que los invalidemos
Ahora bien, no se trata de que tenemos que estar de acuerdo con todo lo que nuestros hijos piensan. De lo que se trata es de volvernos conscientes de que ellos expresan sus ideas y que a nosotros nos toca escuchar, validar y explorar aquello que nos llame la atención, con curiosidad y sin juicios.
Te pongo un ejemplo:
Imagina que tu hijo dice que el chocolate es un sabor horrible, pero a ti te encanta, tú sabes que a la mayoría de las personas les gusta y a casi todos los niños. Entonces, de forma natural y reactiva, podrías contestarte a tu hijo con una frase como «¡Estás loco! ¡El chocolate es buenísimo!» O tal vez un «Claro que no es horrible. ¡Estás equivocado!»
¿Te suena?
Y es que reaccionar así es entendible. A veces lo que nuestros hijos dicen puede parecernos sin sentido.
Sin embargo, y aquí viene el chiste de todo esto, necesitamos entender que la comunicación que conecta permite el espacio para el diálogo, el espacio para expresar, para tratar de entender al otro y para respetar.
¿Cómo abordar las diferencias de opinión?
En el ejemplo de arriba, una respuesta asertiva sonaría algo así como: «Mira, qué interesante lo que dices, ¡no te gusta el chocolate! ¿Cuéntame por qué?»
De esta forma, validamos lo que nos dice, no le juzgamos, le dejamos saber que lo entendemos y además nos interesamos en comprender todavía mejor. Y lo hacemos incluso a pesar de que no pensemos de la misma manera.
¿Notas la diferencia?
En este pequeño video te hablo un poco más de cómo al invalidarlos podemos propiciar en nuestros hijos desconfianza.
¡Échale un vistazo y que lo disfrutes!
Recuerda, validar a nuestros hijos es importante en todas las etapas, de la infancia a la adolescencia.
Escríbeme un email a info@claudiavega.com y platícame qué te ha parecido esta información. ¿Cómo lo aplicarás en tu vida?
Me encantará leer tus dudas o comentarios.
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